domingo, 11 de mayo de 2008

A la venta

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Florencio Rios Brizuela
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Portada del libro


PRIMER CAPITULO DE ULISEN CAI (LA BIBLIA GADITANA)

UNO. EL HIJODECÁI

Solemne, a la olor de la sal, se le empezaron a caer dos lagrimones por los ojos. Huele a sudor de mar donde la sal madruga, la que sobra en esta bendita tierra y conforma el don de la gracia, inevitable en la buena gente. El aroma a salitre inunda la atmósfera; parece que en el aire naden los peces y que erizos, ostiones, lapas y otras cosas ricas habiten el cielo. He respirado con delicia las auras saladas de la mar que orean el recinto de la cultísima patria de Mendizábal. Recuerdo con nostalgia los primeros olores percibidos en mi infancia y que entonces dada su variedad y abundancia podían servir como lazarillo de ciego para recorrer Cádiz, incluso con los ojos vendados en su totalidad.

Gadir hic est oppidum.

Amanece un día estival, el nuestro. Islote bañado de espuma y de sol. Lloró un ángel en el cielo, Dios le quiso consolar, ¡Y de lágrimas del ángel brotó Cádiz sobre el mar! Sobre la mar ¡Un terroncillo de azúcar, un montoncito de sal! Mira qué bonito está, como reluse mi Cái, mira qué bonito está, sobre un cachito de tierra que l´há robaíto al má. Cádiz llegó a ser una obsesión por la obstinación del amor profesado a la ciudad. Es una mágica aventura, una ciudad con pecho de paloma, una mano blanquísima que toma la luz y se la ciñe a la cintura. Gozando íntimamente de su personalidad, recreándome en su plena luminosidad, sintiendo su carácter y su modo de ser como cosa propia que se adentra en mi espíritu, me he emborrachado los ojos con la pródiga luz que centellea en su cielo sin nubes. Como el pájaro en vuelo –flecha tuya, azul redoble- dejando la tierra innoble por las alturas del cielo. San Fernando, que ya casi, casi, y luego los montones de sal y el agua, que se alborota en río Arillo y el cielo que se va haciendo más azul hasta lastimar los ojos y... el mar, que huele más a mar y el aire, que es más puro. Hermoso paisaje dominado por playas, dunas, marismas y salinas surcadas por un complejo entramado de caños y esteros. Cádiz es un espejo de salinas. Las explotaciones salineras tradicionales, ofrecen un interesante ejemplo de integración de la actividad humana en un medio natural. Cuando fueron llegando las primeras luces del alba, fueron reflejándose en las piezas de las salinas, de perfecta regularidad geométrica, comenzando a percibirse una sucesión de colores desde el violáceo al rosa, que la bóveda celeste reflejaba sobre las quietas y ya escasas aguas, pues su gran contenido de sal las convertían en azogados espejos, donde aún se miraban algunas estrellas rezagadas. Naturaleza íntimamente gozada, vivida en comunión y transformada para nuestro goce en obra tan cuidada como sugerente, tan acabada a la par que tan abierta. Las salinas son tan de aquí... Pero el oro blanco dejó de serlo.
La provincia de Cádiz está atendida por dos empresas de autobuses: Transportes Generales Comes, que es la más importante, y Los Amarillos, S.A. Cádiz cuenta con la autopista de peaje Sevilla-Cádiz y con la carretera del puente León de Carranza, también de peaje, que acorta considerablemente la distancia entre la capital y parte de la provincia. Es indiscutible que el puente José León y Carranza le presta a Cádiz y su bahía un aspecto cosmopolita a la vez que una inapreciable ventaja cara a las comunicaciones. El puente, una calle más de Cádiz. Enlaza Cádiz con Puerto Real, evitando así el rodeo, antes obligado, por el istmo, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz. Una vez más, también sin previo aviso, volvió a abrirse para facilitar el paso de un buque, auxiliado por dos remolcadores, hacia la factoría de Izar en La Carraca. La sorpresiva apertura de la citada vía originó el consiguiente colapso de tráfico y las lógicas protestas de los automovilistas, hasta que pudo utilizarse con normalidad. El puente y la torre de Puntales. Cádiz comienza siendo industrial, continúa siendo obrera y termina típica. El estadio decadente, la Avenida y la otra avenida. Y las primeras barquitas salpicadas en el varadero de Puntales. Luego, habrá más en la Barriada y en La Caleta. Astilleros tiene su dique seco, impresionante, como el muelle pesquero sin barcos.
Cádiz, encantador Cádiz, es el primer lugar del mundo. Cuanto más viajo, más valoro la importancia, la belleza y la armonía de nuestro Cádiz, sobre todo de su casco antiguo. Por mi bella Caleta, yo siento añoranza recordando unos tiempos que no han de volver, porque en ella pasé casi toda mi infancia donde aprendí a nadar y a mariscar también. Y puedo decir ahora, sin que broten de la pluma adulaciones menguadas, que esta realidad encantadora que observan mis ojos y mis manos tocan y mis labios besan, es más hermosa y más rica que aquella imagen de mis sueños de chiquillo, forjada por la imaginación entre nubes de rosa y rayos de oro. Mi corazón rebosa de alegría, teniendo a gala y orgullo el ser hijo de la concha de los mares.
Cádiz, sirena del mar, es la hija favorita del sol, su mirada llameante la cubre con sus más ardientes rayos; de manera que la ciudad entera parece estar en la luz. Casa de la luz. Hija bienamada y posada del sol. Un buen día de sol, podría creerse que Cádiz está hecha de porcelana. Amanece en Cádiz. La luz del verano es deslumbrante, sin sombras que la contrasten. Luz, como de asomarse a una catarata. No puede imaginarse nada más radiante, más deslumbrador, de una luz más difusa y más intensa al tiempo. En las calles, el sol se cuela por entre las fachadas con cuchillas de luces, refulge en los miradores y en la cal de las azoteas, saca destellos de los metales y llena el mar de puntitos luminosos. A lo largo del día, en esta época del año, la luz, con ser siempre intensa, pasa por toda una gama de matices y tonalidades.
Ulises es hijo de la más delicada de las provincias andaluzas, de Cádiz. El mar refina, da un sello especial que es difícil de definir, pero que salta a la vista. Marcado con esa expresión pensadora, al par que altiva, que se descubre en los tipos meridionales; su frente despejada daba a conocer la inteligencia más exquisita, en tanto que todo su conjunto era elegante y expresivo. Ha respirado la amable benignidad del clima andaluz que se ha empapado con la ternura lechosa de sus mareas y de sus lunas, con la mágica gracia de sus hombres, con los toques de cosmopolitismo de su puerto, con la honesta sensualidad de su sol, con el aire vaporoso, entre aniñado y angélico, de su fonética, todo lo cual iba a depararle el ambiente lírico más embriagador y bello para recreo y deleite de su musa. Habla, musa, de aquel hombre astuto que erró largo tiempo. ¿Por qué ha de nacer una persona con su destino marcado? Sin embargo, es así. Estamos viéndolo todos los días y Dios es justo. Por algo será aunque ni yo, ni nadie lo entienda. Su presencia era arrogante, si por arrogante debemos considerar una estatura de cinco pies y medio. Era buen mozo; pero un coloso de estatura: de modo que era preciso colocarse a cierta distancia para poder hacerse cargo del conjunto. De cerca parecía tan grande, tan robusto, tan anguloso, tan tosco, que perdía un ciento por ciento. Cabello negro con rizos a los lados, tez morena. Sin ser guapo, es la fisonomía más interesante que he visto; su mirada es tan profunda que parece sobrenatural y subyuga a cuantos se ponen a su alcance; no hallo expresiones para describir sus ojos en los que alternativamente brilla un vivo fulgor que atrae y una expresión helada que espanta. Sin pasar de 27 años de edad; reuniendo a lo referido accidentes caballerosos. De familia modesta, pero con pretensiones de clase. Las mujeres le sonreían, las muchachas se ruborizaban mirándole de soslayo. Si echara al mar todas las mentiras que les he contado a las mujeres podría, saltando de una en otra, dar la vuelta al mundo; y no una vez, sino varias.
Leopoldo María, su padre, le estaría esperando, llevaba tiempo sin verlo. Impresión real, efectiva la de su presencia en la llegada. Quizás, al encontrarle de nuevo le oiremos contar una de esas historias exageradas que se fabrican con una mezcla de humor y viento de levante. Hijo de Millicent Bloom, madre soltera, hija del judío famoso en Dublín por las infidelidades de su mujer. Ella le confesó que su padre fue un fotógrafo de Mullingar. Al quedar embarazada vino a Cádiz, patria de su madre, huyendo del que dirán y diciendo que era viuda de militar. Su abuela fue la cantante gibraltareña Molly Bloom, de soltera Marion/ Molly Tweddy, hija del comandante Brian Cooper Tweddy, “de los fusileros reales de Dublín, de Gibraltar y de Rehoboth” y de la española Lunita Laredo, muerta muy joven. Mas a pesar de los esfuerzos de la pobre madre, la situación de la desvalida familia hubiera sido insostenible de no llegar el generoso auxilio. Papá currelaba en los astilleros, pero se quedó sordo y lo tuvieron que invalidar. Salió con un buen pellizco y montó una tiendecita de regalos de Asia. Siempre le habían gustado las cosas exóticas, y mira por donde su deseo se hizo realidad. Pero la cosa estaba muy mala y para poder subsistir, tuvo que vender de todas las cosas habidas por haber. Vendía desde abanicos chinos hasta papel higiénico de varias capas microgofrados. Desde abalorios para carnaval hasta paquetes de pipas pelás.
Ulises se imaginaba a su padre saludándolo desde la torre Tavira, semejante a una garganta dominando la ciudad, dándole la bienvenida. En las azoteas gaditanas en donde sobre el pretil apoyada, habrá una muchacha pálida, alta y delgada, que nos saludará prendiendo la diminuta prenda entre sus dedos finos, ágiles y blancos. Tenemos que saludar, pues, a toda esa ropa blanca tendida en las azoteas puestas para secarse y que ahora estarán recogiendo las lavanderas, las mocitas, las muchachas casaderas, mientras cantan alegres cualquier tonadilla de la tierra. Una ciudad alegre que le saca punta al policromo lápiz de su torre Tavira, antena madre a la que afluyen los hechos, modificados en su máquina maravillosa de ocurrencias. Vista la ciudad desde la torre Tavira, el punto más alto de la población, la hermosura del panorama adquiere caracteres de sublimidad. A lo lejos, en suavísimas pendientes, se extienden por todos lados las bandadas de palomas que semejan las casitas blancas; más allá, rodeando el perímetro de la población, el mar azul que se pierde en la lejanía confundido con el azul de los cielos en la línea indefinida del horizonte: del otro lado, limitando el tranquilo lago de la Bahía, la faja gris de la costa vecina que se desvanece poco a poco hasta hundirse en el mar; en lo alto, la inmensidad de los cielos que se extiende sobre la ciudad, derramando en sus plazas y en sus calles una inundación de luz que centellea en las paredes blanquísimas y en las cúpulas de las torres y en los cristales de los edificios... no puede describirse el espectáculo. La imaginación se empequeñece ante el soberano derroche de bellezas que aparece ante los ojos asombrados. Se puede apreciar desde el mirador, una panorámica esclarecedora, que a pie de calle les resulta confusa debido a la insularidad de la ciudad, y para los gaditanos, acostumbrados a ver Cádiz desde el suelo, las vistas de la torre les suelen resultar muy novedosas. Mirando desde aquí el caserío gaditano, sus innumerables minaretes y sus palmeras recortadas contra el mar, se adquiere una cabal idea de la original estructura de la ciudad. Se goza de una magnífica vista general –a vista de pájaro, naturalmente- de toda la ciudad y con unos buenos catalejos gran parte de la provincia de Cádiz, extendiéndose el campo visual a más de 100 kilómetros.
La vigía ha estado situada en varios lugares de esta ciudad: Estaba en lo primitivo en la torre de San Sebastián, fin del mundo cual se le decía por entonces. En el barrio de Santa María, casa del Padre Calderón; en la calle San Pablo, casa que por este motivo se conoce por la de las banderas; en la Plaza de la Constitución, esquina a la hoy calle de Buenos Aires, y durante cuyo periodo se relata fue donde cayó la bomba de los franceses que dio lugar a la copla, en la calle de Vea Murguía, esquina a la plaza de Viudas, y, por fin, en el punto en que ahora se eleva. Designada torre vigía oficial, antaño formaba parte de las dependencias de los marqueses de Recaño, la torre debe su nombre al primer vigía que tuvo, el teniente de fragata Antonio Tavira, cuyo catalejo puede verse en una de las salas de exposición de la torre. En la torre de Tavira se conserva archivado el famoso diario de la vigía que recogió durante años el testimonio de la vida marinera gaditana. En un tiempo contaba la torre con imprenta en que se editaba un boletín y otros impresos relacionados con el movimiento interior de dicho vigía. La Torre se articula en dos cuerpos, el primero con vanos germinados de medio punto separados por una columna de mármol, y el segundo decorado por pinturas geométricas a la almagra. Una elevada torre que se alza 34´55 metros sobre el pavimento de la calle y sobre el nivel medio del mar 41,23. Se erguía en el centro de la azotea, sus cuatro ventanas abiertas a los puntos cardinales. El cielo entraba por ellas. Y el horizonte. Y el mar. Con su mástil, de donde cuelga una bola negra anunciando la entrada de algún barco. El objeto del servicio semafórico es la transmisión por medio de señales ópticas de un telegrama cualquiera a los buques que pasan próximos a la costa. Las señas que hace cuando se presenta un buque de vapor a la vista del puerto son: si es de Sevilla, bola en el tope del asta; si de levante, en el penol del S. de la verga, y en el del N. si del oeste. Más abajo del tope, cuando es de guerra español se añade un gallardete encima de la bola. Ignoramos si actualmente se practica el mismo medio de indicar la entrada o salida de los buques de que se trate. Esto es lo tradicional, una vez desaparecido el sistema de las banderas para la expresada señalización. Es la torre mirador con más protagonismo en la historia de Cádiz. Ofrece una atracción pionera en España: la Cámara Oscura. Se visita en sesiones limitadas de unas 15 a 20 personas acompañadas de una guía. Las sesiones son cada media hora y su duración es de aproximadamente 15 minutos. La Cámara proyecta una imagen viva y en movimiento de lo que está ocurriendo en ese mismo instante en el exterior. Se ve a sus pies una ciudad navegando, que tal es la sensación del que ve Cádiz rodeado del océano.
Habíase inaugurado el ferrocarril de Sevilla al Trocadero, pero el trayecto desde éste a nuestra ciudad había que hacerlo en vaporcitos, amén de quedar fuera de la línea San Fernando y Puerto Real, enlazando el último sólo en dirección al Puerto. La obra quedaba terminada con la inauguración de la vía férrea directa de Cádiz a San Fernando y de aquí a Puerto Real. El día que se unan todos los pintorescos pueblos de la provincia con ferrocarriles económicos despertando muchos espíritus de una enervante siesta, la región gaditana será lo que fue siempre: una de las comarcas más prósperas de España. Si los caminos y veredas que conducen de pueblo a pueblo en el interior de la provincia no fuesen tan trabajosos e incómodos, y si se pudiese transitar por ellos en carruaje, nada faltaría para que fuese uno de los mejores países de España en todas sus circunstancias. Divisamos el extremo de las casas de la blanca Cádiz, que parecía surgir del mar, porque todavía no se veía el suelo sobre el que se destacaba sobre el doble azul del cielo y el mar. El viajero que llega en tren a Cádiz por el estrecho brazo de tierra que separa a la Bahía del mar abierto se preguntará sin duda si Cádiz está edificado sobre estacas y canales como Venecia, una Venecia que no se ha descubierto, todavía por los poetas, pero que existe en Cádiz. El mayor y más ambicioso proyecto de nuestra historia reciente es una realidad, con la terminación de las obras del túnel del soterramiento de la línea férrea. Los trenes llegarán de nuevo hasta Intramuros a través del túnel construido en los dos últimos años. Creían los gaditanos que el soterramiento del tren y el ascenso del Submarino Amarillo les librarían de más sufrimientos. Ya no es una ciudad dividida: el soterramiento pone punto y final a décadas de aislamiento entre las dos grandes zonas de Extramuros y su conexión con el Casco Histórico. La estación de esta capital se encuentra situada al final del muelle de la Puerta del Mar. El equipamiento de nueva planta se levantará en el espacio comprendido entre la histórica estación, que está pendiente de rehabilitación, y la marquesina que comenzó a funcionar hace un año. Se están realizando las obras del nuevo vestíbulo que unirá a la nueva estación gaditana. Se habrá construido una terminal de pasajeros de grandes dimensiones, un vestíbulo y se habrá recuperado una de las estaciones con mayor valor histórico de todo el patrimonio de RENFE. Aquella nueva estación, hoy por todos llamada barroca indigna de la culta Cádiz, pareció en tal día a los gaditanos hasta hermosa, que es cuanto hay que decir. ¡Tal y tan grande era el deseo de que la perla de los mares quedase unida a la línea general de los ferrocarriles españoles! El Plan de la Plaza de Sevilla, incluye la construcción de un gran aparcamiento subterráneo con una capacidad para 1500 plazas y que ocupará tanto el nuevo espacio libre que se cree en uno de los accesos al nuevo vestíbulo como un tramo de la actual carretera industrial, que se transformara en una avenida de cuatro carriles. Se construirán seis plantas para el hotel que se va a instalar en la zona. Una vez que se concluya el vestíbulo y se haga el nuevo hotel, se procederá al derribo de lo que queda en pie de la estación de los años sesenta y del edificio del antiguo pabellón postal de Correos.
El tren penetró en la estación de Cádiz. Llegada de un tren a la estación. (Como en el cinema en 1896). Ya los humos de las locomotoras de entonces, traían el inconfundible olor a carbón con que funcionaban, pero que se podía sobrellevar por los olores agradables a ostiones, pescado frito y sobre todo a fino de Chiclana, que invadían el ambiente desde la Flor Marina, Bella Sirena, Los Patricios. La entrada es siempre bulliciosa y alegre. Los viajeros saludan asomados a las ventanillas de los vagones a las personas que han ido a esperarles. La máquina, mientras, sigue bufando como si estuviese con la respiración alterada por la carrera. Después, comienzan los abrazos en el andén. Es todo un acontecimiento. Ferrocarriles. Servicio diario de trenes rápidos, ómnibus, expreso y TALGO con Madrid, vía Sevilla y Córdoba. Mandaderos de la estación del ferrocarril. Por la conducción de cada maleta, cesta o sombrerera, 0,50 pta. Por cada baúl u otro objeto que no pase 50 kilos, una peseta. Cuando exceda de 50 kilos, el precio será 1,50 pesetas. A todo viajero le está permitido llevar consigo y sin facturar los sacos y maletas de mano, alforjas o paquetes de cualquier clase, excepto aquellos que por su forma, volumen y mal olor, molesten a los demás, y siempre que aquellos puedan colocarse holgadamente en el sitio de la rejilla o en el de debajo del asiento que corresponda al dueño. Cinco minutos antes de la hora fijada para la salida de los trenes, se cierra el despacho de billetes. Los niños, no llegando a tres años, son transportados gratuitamente llevándolos en brazos sus encargados: desde tres años, pagan medio asiento y entero pasando de seis: dos niños no pueden ocupar en un mismo compartimento sino un solo asiento.
Adormilado todavía, con los ojos sensibles aún a la luz que comienza a azulear en el cielo. Mientras se estremece la ciudad entera en ese soplo húmedo del viento del amanecer, cuando el sol comienza a romper la negrura del horizonte allá por Puntales, y salen para misa las primeras devotas. Te apartas del andén unos metros mientras tiembla el asfalto a los pies. En cuanto bajamos del coche, mi padre, que se hallaba en el andén, corrió a mí, desalado, y abrazóme con toda la efusión de su alma. Llevaba tiempo deseando volver. Aquí estaba con una mochila más pesá que la mar, y con unas ganas de desazulejearlo tó que no te digo ná. Conoces de antiguo que esa imagen pintoresca es fruto del azar, de un sol exhausto y de un estar de ánimo impaciente por abatir el tedio que acompaña, siempre, al viajero que regresa a casa. La emigración no está mal sobre todo cuando se ha vuelto ya para quedarse. Otros se quedaron allí. Cuando se abandona Cádiz y se empieza a navegar tira la vela adelante y el alma tira pa´trás. Gadex, amarga oscuridad si lejos. Si dentro, prisma colmenar de espejos. Se dijo para adentro “no vuelvo a salir de Cádiz en mi vida, me tienen que matar.” Y es que Cádiz tiene en su esencia como una especie de imán que obliga a volver a todo el mundo que lo ha visitado, probado, vivido.
Ya nos hallamos, amigo mío, en la gran Cádiz, ciudad célebre en otros tiempos, y aun más que ahora en los muy remotos. Me encantaría ver a mi madre y a todos mis amigos. ¿Dónde estaban los fervorosos gaditas? ¿Acostados? ¿En la playa? ¿En el campito de Chiclana? Que sabe nadie. Cádiz donde realmente conoces a todo el mundo. Echo en falta eso de ir saludando a la gente por la Avenida. Una ciudad se reduce a las pocas decenas de personas que te conocen. Donde cada cual desde sí, inevitable ,irrenunciable, entra en diálogo con el otro ante nosotros, en diálogo con nosotros también. Y si los amigos desaparecen, ¿qué significa la ciudad sino el escenario vacío donde fuimos felices con ellos? Pues no amamos los lugares por sus torres y sus jardines, sino por la amistad que se alimentó a la sombra de esas torres y entre la vegetación de esos jardines. A mi no hay monumento admirable que me impresione, si no está asociado a la presencia de un ser humano. Cualquier paisaje es un mapa de la memoria. El bello desorden de un paisaje urbano. Al igual que la mayoría de jóvenes que tienen que dejar su ciudad de origen, el problema laboral fue el motivo de la marcha de Ulises. Y ahora camino de casa. ´rw, que se traduce por “hogar”, “su luz” o “luz”.
Llegué al mar. Ya estás en posesión de Cádiz.
La hermosa ciudad dormía sobre el mar, como una odalisca en brazos de su déspota. En los brazos de atlante adormecida y en el palio del sol arrebujada. He dormido en su regazo escuchando el gemir apacible del mar que besa sus cimientos, y he gozado sin tasa sus alegrías y he visto las sonrisas de sus mujeres. Con un poco de perspicacia, pueden advertirse ya algunos síntomas de agitación y nerviosismo bajo la aparente normalidad de la población. Cádiz, ciudad fortificada desde su fundación fenicia , deja traducir en su bello y proporcionado casco histórico, la constante presencia del comercio marítimo. Desde que se entra en el ancho muelle y se pasan las arrogantes columnas alzadas en su mediación, antes de llegar al paseo de Canalejas y al monumento de Moret, antes de ver la primera calle y la primera plaza, comienzan a sentirse las dulces impresiones que alegran y recrean el espíritu cuando se visita a este hermoso pueblo. A veces, cuando estoy solo, me basta con sentarme en un noray del muelle y contemplar las aguas mansas, para dar rienda suelta a la imaginación y crear mi propio mundo de ensueño. El mar es para el gaditano una tentación permanente, una invitación a la aventura. El aleteo y graznido de algunas gaviotas que pasan sobre nosotros. Las gaviotas emigran en verano, la gente trabaja. Esta armonía increíble de mar y cielos puros, de piel ligera y aire acariciante bajo la clara luz de la mañana se abría entre las venas, paseando, repicaba dorado en el Atlántico mar lamiendo así el espíritu como el azul a Cádiz va y le abraza. El marinero gaditano, aunque haya sido menos explotado en los romances de salón que el gondolero de Venecia y el barcaiuolo napolitano, no es un tipo menos interesante que ellos. Como éstos, tienen también sus barcarolas, que en Andalucía se llaman playeras y van acompañadas de guitarra y de bandurria. Algunas barquillas de pescadores regresan a puerto, botes en los que uno o dos hombres reman o se dejan llevar por una vela latina, pequeña, caída un poco, como cansada, como adormecida.
Todo el que navega le tiene un gran respeto al mar. Con qué pena vivirá la mujer del marinero que al pié del palo mayó tiene pagáo su entierro. Mar sin fin, mar feroz, monstruo sin bridas; eres un cementerio sin reposo; no caben en tu vientre pavoroso tanto horror, tantos ayes, tantas vidas. Por tus riberas, van enloquecidas viudas que a tu seno de coloso piden los dulces hijos y el esposo que ahogaste entre grandiosas sacudidas. Reina del mar en velo de viuda.
Si se atravesaba el paseo, se encontraba uno en pleno muelle y allí volvían a mezclarse los diversos olores, como la brea junto a los remolcadores, algún que otro de vino esperando para su embarque y regalando mientras gratuitamente sus aromas y alguna que otra vez pequeñas cantidades de su contenido, obtenido furtivamente, mediante el socorrido espiche realizado a la bota, burlando la vigilancia de los guardamuelles y amparados en las pilas y mercancías que la acompañaban en el Muelle. Las instalaciones portuarias sólo constaban de un pequeño muelle de ribera adosado a la muralla y otro muelle pequeño y perpendicular al anterior llamado muelle de capitanía. En primer término, observamos las imágenes de los patronos de la ciudad que fueron consagradas junto al muelle, ubicados actualmente frente a las Puertas de Tierra. El conocido por muelle de las Puertas del Mar, era en pasados tiempos, un pinar espeso de palos, efecto de los muchos buques anclados en nuestra bahía, que permanecían más tiempo en ella que después, ya que siendo de vela la mayoría de tales buques, no era la navegación tan precisa y puntual como la que ha venido a crear y exigir la de vapor. Al fondo, se vislumbran mástiles de grandes navíos, lo cual nos da idea del denso tráfico marítimo que hacía de Cádiz el puerto más famoso de España. El aspecto de tanto barco era grandioso y demostraba lo que era Cádiz en sus relaciones comerciales. Las “flotas de la mar Océana” durante mucho tiempo pusieron en comunicación las dos orillas del “charco”, como en Cádiz llaman al océano. Fue grande el aumento que tomó esta c. con motivo de las flotas que de tierra-firme y Nueva España llegaban a ella cargados de plata, oro, pedrería y otras cosas de gran valor. Muchas escuadras visitaban este puerto, compuestas de ocho y diez navíos, ya franceses, ya ingleses, ya de otros países, que con sus buques arrogantes y sus polícromas banderas, embellecían la bahía y al mismo tiempo, animaban sumamente el muelle con la indistinta marinería y oficiales que desembarcaban. Numerosos barcos de todos los portes cabeceaban furiosamente a impulso del oleaje. Sonaban las cadenas, crujían las maromas y todo parecía a punto de estallar. Algunos farolillos sujetos a las vergas lucían con vivos movimientos en la oscuridad como estrellas filantes. Despliegan multitud de faluchos en el puerto sus gallardetes, con los que el ligero vientecillo juguetea mientras murmura en el cordaje. Todo es movimiento, todo ruido y aroma y luz vivísima. La frescura de las marinas plantas, el cantar de los marineros, en tanto que extienden las anchurosas velas, húmedas aún del rocío de la madrugada, el toque de las campanas. Todo, todo produce un verdadero encanto. El puerto estaba lleno de embarcaciones de todos los países, formas y dimensiones.
Hay que destacar cómo persiste la navegación en convoy del comercio Atlántico dando origen a una gran tipología de embarcaciones: Fragatas, paquebotes, tartanas, balandras, bergantines, pingues, saetías, polacras, gabarras, jabeques, urcas y goletas. Hemos visto muchos buques de lejanos países llegar hasta los muelles, hundidos sus cascos por el peso de la carga. Aquí apostaban navíos de todas las partes del mundo, siendo el único puerto que tenía relaciones con Filipinas. Los ricos cargamentos que llegaban se distribuían por todas partes, aunque las mayores porciones de aquellos quedaban en nuestra ciudad. El puerto de Cádiz es quizás el más animado de todos los puertos españoles; atracan en él muy frecuentemente, barcos de los países más lejanos, y parece que todas las naciones del mundo se han dado cita en el muelle: barquitas de muchos colores esperan a los viajeros que quieren embarcarse para El Puerto, y los marineros los llaman y los animan con las andaluzadas más divertidas. Cuando llega un trasatlántico extranjero, el muelle se llena de gente. Ello daba margen para que el muelle gaditano estuviese siempre concurrido y alegre, dándole una muy marcada nota del relativo emporio del Cádiz de entonces. Y el puerto abre los brazos de sus muelles morenos y le ofrece en sus pechos vivo néctar marítimo. Cada capitán tiene su manera de atracar y desatracar. En ello influye el viento, la marea, la colocación del buque en el muelle, las corrientes y también la carga y la colocación de ésta. Embarcándose en Cádiz, echando la bendición a España, zarpó la flota.
Cádiz, “Tacita de Plata”, asentada sobre una pequeña península entre el mar y la Bahía de su nombre, amplia y resguardada de los embates del mar, posee un magnífico puerto que mantiene intensas relaciones marítimas, siendo uno de los más comerciales de Europa. Puerto importantísimo del Atlántico, puerta de África, Canarias y América. Cádiz está comunicada regularmente por mar con Barcelona, Canarias, Guinea Ecuatorial y varios países de Hispanoamérica. El comercio de Sevilla, consulado, y extinguido tribunal de contratación, fue trasladado a Cádiz. Con ello se aumentó considerablemente la riqueza de esta c.. Fue menguando poco a poco desde que se declaró que el comercio con la América española podía hacerse directamente desde Sevilla, Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Barcelona, Alfaques, Santander, Gijón, Palma, Santa Cruz y Coruña. La localización de Cádiz parece fundamental para las líneas regulares de navegación, que gravitan en torno a tres áreas de auténtico dinamismo de contratación mercantil: América del Norte, Europa Occidental y el “Mediterráneo industrial”. Cádiz es considerado como vértice del ámbito portuario mediterráneo.
Varias empresas tienen carruajes de ómnibus, góndolas, diligencias y carros que hacen el servicio de transporte e importación a todos los pueblos circunvecinos, a Sevilla y a Madrid. Con la vecina ciudad de El Puerto de Santa María, existe un servicio marítimo regular. Entre Cádiz y El Puerto, realiza varias travesías diarias con transporte de pasajeros el “vaporcito del Puerto”, Adriano II. El vapor del puerto es retozón y muy pinturero. Alegra verle venir contoneándose sobre el agua, erguido y jactancioso como si fuera un trasatlántico en miniatura, haciendo sonar la sirena y dejando su estela de espuma como buque de importancia. Todas sus cubiertas están repletas de bancos y sorprende comprobar la gran cantidad de pasajeros que en él pueden viajar. Servicio de botes: De Bahía al muelle y viceversa –uno o dos pasajeros, 1,75 pesetas; por más de dos, cada uno, 0,75. Equipajes, 0,75. Ida y vuelta sin demora.- uno o dos pasajeros, 4 pesetas; por más de dos, cada uno, 1,50. Equipajes, 1,25. A la llegada de los trasatlánticos, las compañías Trasatlántica y Pinillos transportan gratuitamente el equipaje, tanto de mano como de bodega, de sus pasajeros hasta la aduana. En la oficina de información, habrá un libro de reclamaciones a disposición de los viajeros, que la sociedad hará suyas cuando las estime justificadas.
El puerto de Cádiz, basa de dos viajes rápidos a la Argentina. El buque Alfonso XII, reformado en los astilleros de Cádiz, pone a España a sólo catorce días del Plata. El buque lleva para su primer viaje a la Argentina, las siguientes cantidades de animales vivos: 1460 aves, 70 conejos, 30 cabritos, 14 novillos, 4 terneras y 6 carneros. Aparte lleva otras cantidades de comestibles como 760 kilos de pescado fresco, 500 kilos de atún en aceite o doce mil botellas de vino tinto. Saldrán dos vapores extraordinarios hacia La Habana. Se avisa para los que quieran viajar o escribir a Cuba. (Servicios de la compañía Trasatlántica). Estos vapores admiten carga en las condiciones más favorables, y pasajeros, a quienes la compañía da alojamiento muy cómodo y trato esmerado, como ha acreditado en su dilatado servicio. Delegación en Cádiz: Isabel la Católica, número 3. Se fundó la Trasatlántica con dos menesteres principales: unir la metrópoli con las colonias antillanas y construir un astillero, básicamente para la reparación de sus propios buques, aunque posteriormente se amplió también a la construcción de barcos ajenos a la compañía naviera. La compañía Trasatlántica, con una flota de treinta y tantos buques en servicio, que llegaban a computar una cifra que sobrepasaba a las ciento cincuenta mil toneladas, incluía en su nómina alrededor de dos mil quinientos tripulantes. El 50 por 100 de ellos eran gaditanos. Cabe añadir a los funcionarios administrativos, al personal obrero y de maestranza del dique de Matagorda, los jubilados, pensionistas, enfermos, acreedores a auxilios especiales, con todo lo cual se redondea una masa activa y pasiva de tal proyección social que puede decirse que no existía en Cádiz persona alguna que no estuviese ligada de una manera más o menos directa a la compañía Trasatlántica. Se da como cierta la cifra de cuatro mil familias que dependían económicamente de la prestigiosa naviera. El mar fue el elemento transmisor de cultura; y acaso de padres a hijos, sucedíanse los cargos en las tripulaciones gaditanas de los buques que iban a las Antillas, a Hispanoamérica, o al Oriente. Un embarcado será, siempre, un embarcado y la Trasatlántica será siempre, la Trasatlántica, aunque ahora no sea lo que fue en vida del difunto Marqués de Comillas. El famoso y confortable Hotel Atlántico de Cádiz fue creación de la Trasatlántica como escuela para la práctica profesional de su personal de fonda. Lo que Antonio López ha dejado puesto en pie, revelándose como un descomunal hombre de empresa, de voluntad titánica y de ambición irrefrenable –dejando aparte cuanto quedó por su mano trazado para que sobre una sólida estructura se edificase el emporio de Trasatlántica.
En Cádiz dependíamos de un barco que entrara. No sólo se concibe un puerto para el transporte de mercancías; la multiplicidad de actividades, que se llevan a cabo al socaire del medio acuático y su evolución, es para la bahía de Cádiz el soporte económico que explica los periodos de prosperidad o de crisis. Es de primera clase, con lazareto sanitario de observación y la bahía muy segura y abrigada de los vientos, y con la capacidad suficiente para admitir todos los buques de cualquier clase e importancia que sean, en número y tonelaje. La bandera de la matrícula es roja, y el puerto está habilitado para el comercio de importación al extranjero y servicio de cabotaje. El puerto de Cádiz puede considerarse de los denominados como de “escala”. Especializado en carga general, trasbordo de pasajeros y contenedores, su faceta industrial se limita a los astilleros existentes, siendo relevante su actividad dentro del marco de la pesca. El puerto se divide en tres magníficas dársenas: comercial, pesquera y de reparaciones navales. Al puerto comercial gaditano, hay que unirle el de la Zona Franca, que, por lo mismo, ofrece ventajas aduaneras. Construido cerca del viejo castillo de Puntales. En cuanto a los componentes esenciales del tráfico son los productos siderúrgicos, el petróleo y -con menos importancia- maquinarias, café, azúcar, vino, etc. El tráfico de contenedores es igualmente notable. El puerto de Cádiz adquiere un significado especial para la minisiderurgia sevillana pues gran parte de sus materias primas, carbón chatarra, y su producción final para la exportación, hierro redondo, escogen Cádiz como punto de entrada o salida respectivamente. La carne es descargada en Cádiz, con destino al resto de la nación, en años en que el déficit de ésta es patente y peligra, de alguna forma, el abastecimiento interno. El comercio de Cádiz con Latinoamérica está avalado por más de tres siglos de intercambios. Toda la prosperidad gaditana dependía de su comercio y éste, a su vez, se nutría, de forma casi exclusiva, del intercambio de productos con las colonias españolas de ultramar. La historia gaditana presenta, con mínimos términos medios, consecuciones muy altas o, por el contrario, eventos ciertamente de poca importancia. El hecho lo determina que el período sea marinero o no, esté signado por expansiones marítimas o por la no proliferación de las mismas. Cádiz tenía siempre sus muelles abarrotados de mercancías. Se importaba café, caña dulce, cacao, coco, tabaco. Todas las semanas, había barcos que llegaban y otros que partían. En sus cercanías rondaban los últimos piratas ladrones del mar que iban quedando a la caza y captura de estos cargamentos. No se permitía que salieran buques sueltos (salvo los llamados “navíos de aviso”), sino que había de reunirse una “flota” compuesta de varios, para que navegaran juntos en evitación de los peligros de la piratería. Se representa el valor, en brazos, del calado necesario para entrar en la bahía de Cádiz sin peligro de encallar en los bajos, lo cual nos da idea de la importancia del tráfico marítimo al aumentar el tonelaje de las embarcaciones por el volumen del comercio con América.
La ciudad de Cádiz, recibió una vez más al buque escuela Juan Sebastián Elcano. Elcano, para los gaditanos. La llegada del barco, con la gentileza que supuso venir a vela resaltando el pendón de Cádiz, significa que existe una relación íntima entre la ciudad y él. Campanas, bocinas, barquitos al amparo del buque escuela de la armada, que atracó en el puerto gaditano, completando así su vuelta al mundo. El buque, se adapta a las fechas puramente gaditanas durante su periplo, de tal manera que se celebran el Carnaval y otras fiestas en plan simbólico. “Sólo les ha faltado entonar el “Ese Cádi, oé”. ”Cuando se retire, se tiene que quedar en Cádiz”, farfullaba un gaditano que acude siempre a ver al Elcano, desde que tiene uso de razón. “Este barco es nuestro”, apuntaba una señora muy peripuesta, mientras elogiaba la destreza de la marinera que gateaba hacia el cielo. Marineando, sin distinción de sexos. La mar no discrimina, contagia y transforma las vidas y el amor propio. “Le deseo larga vida como buque, pero los gaditanos también deseamos que cuando le llegue el retiro se gaste la pensión aquí, porque le pondremos una casa en Cádiz”. “La Armada conoce el sentimiento de los gaditanos y no nos va a defraudar”. El Ayuntamiento ya ha pensado en la probable ubicación del buque escuela, Puerto América. El barco será visitable y contará con atractivos complementarios.
Yo creo que los muelles perderán mucho el día que les pongan una verja. No siempre estuvo el muelle separado de la ciudad. Primero lo cercaba la muralla real y luego la verja, como la que conocemos hoy. El muelle fue libre cuando aún no se había rellenado hasta los límites actuales. En nuestros días, no hace falta reja, ni por razones fiscales ni de seguridad para evitar el trasiego de la tradicional "pacotilla". La colocación de una Puerta Monumental en la cerca del muelle, frente a la plaza de San Juan de Dios. En dichos lugares, estuvo situada la llamada Puerta Real o Puerta del Mar, como línea limítrofe entre la ciudad y el muelle. Era una de las dos puertas del puerto de Cádiz. Su configuración era de corte neoclásico. Las puertas de la muralla más importantes para la ciudad siguieron siendo la de Sevilla (entre el muelle y la Aduana) y, sobretodo, las del Mar (entre la estación de ferrocarril y la Plaza de Isabel II, pasando por los muelles); por donde, además de transitar industriales, pescadores, viajeros y comerciantes, pululaban cargadores, mandaderos, comisionados de hoteles y pensiones, “pimpis” y desempleados, para ganarse la vida o, simplemente, verla pasar. No han desaparecido las prostitutas. Es más, con el proceso de desempleo, han aumentado. Sólo que deambulan por el estrecho ámbito de las barras americanas proliferantes en la calle Plocia y, en menor medida, en el Pópulo y Santa María. Innumerables eran los prostíbulos existentes en la ciudad y en cuyas puertas, oteaban diversas “Jimenas” la esperada llegada del guerrero de turno en busca de su “descanso” y con la propaganda subliminal de la música de Ojos Verdes, de audición ininterrumpida por doquier. Muchos eran también los cabarets en funcionamiento, recuerdo el Petit Kursaal, en la esquina de San Rafael y Falla y por cuyas ventanas descubrimos solapadamente la chiquillería, por primera vez las bellas curvas y morbideces de unos hombros o espalda de mujer, imposibles de conocer del resto del género femenino, que lo ocultaba a cal y canto con su prolija indumentaria de enaguas, sobre-enaguas, zagalejos, corsés, cubre corsés, etc. Cádiz, que por haber sido puerto crucial ha contado siempre con un populoso barrio chino, no se cree lo que ocurre. Las causas están en la decadencia del puerto, cada vez menos frecuentado por las competencias de los de Algeciras y Málaga, que ofrecen tarifas inferiores, y las medidas restrictivas de anteriores gobernadores civiles, celosos guardianes en el cuido de las buenas costumbres. En el espigón de la Bahía, se observan las típicas escenas de los trabajos portuarios, así como personajes como el escribano, los toneleros, porteadores, aduaneros, rederos, pescadores y los frailes, afanados en sus quehaceres. Mandaderos del muelle. Por la conducción de bultos de mano, sacos de noche, sombrereras, cestas, hasta tres, 0,50 peseta. Los precios marcados se entienden por un viaje desde el muelle al domicilio del viajero, aun teniendo que detenerse en la aduana o en otros depósitos para su reconocimiento por carabineros o empleados de consumos. Desde el muelle a la aduana, el transporte es convencional; como igualmente desde los andenes de la estación a los coches. El lamentable espectáculo que ofrecen nuestros muelles a la llegada y salida de barcos, responde más a una industria perfectamente organizada que a una necesidad real. El asunto es digno de tomarse en cuenta, porque afecta al buen nombre de nuestra ciudad. Los que acostumbran a pasear por el muelle, habrán sido testigos de lo que vamos a consignar. Atraca un vapor y aparece una legión de mendigos con unos recipientes de lata, en donde recogen la comida que obtienen de los empleados de las cocinas de los buques. Después se colocan al acecho de cualquier pasajero que desembarque para molestarlo hasta obtener la limosna apetecida. Cuando la obtienen, muestran su agradecimiento, pero en caso contrario, los insultos son terribles. Lo peor de todo viene a la hora de la salida de los buques. Algunos pasajeros, para mofarse de esos mendigos, le lanzan monedas para ver las broncas que se originan por hacerse con ellas.
La Puerta Monumental deberá armonizar con los nuevos edificios que están a punto de construirse como el del Fénix, el –entonces- edificio más alto de Andalucía. Vi allá arriba el escudo de la Unión y El Fénix y me asusté al recordar su torpeza cuando a pesar de sus enormes alas, dio aquella caída tan tonta. Desde que se entra en el ancho muelle y se pasan las arrogantes columnas alzadas en su mediación, antes de ver la primera calle y la primera plaza, comienzan a sentirse las dulces impresiones que alegran y recrean el espíritu cuando se visita a este hermoso pueblo. En los cafés de la calle de la Aduana y de la Plaza de San Juan de Dios, se comienza la limpieza. Se aljofifan los suelos de mármol y se limpian con bayetas amarillas los cristales y los grandes espejos de los testeros. ¡Buena hora para “surgir” de mañana en Cádiz, donde me espera la gracia más sandunguera parida por gaditana!
Rojo, ámbar y verde. Una de las causas principales de accidente en Cádiz es el mal uso de los semáforos. Esto, que parece una obviedad, no lo es tanto cuando se ignora tan sólo un segundo de la duración del color de turno. Cada instante tiene su explicación y desatenderlo podría provocar un accidente grave.
Circula una brisa fresca, de día recién estrenado. La deuda de gratitud que Cádiz tenía con el insigne estadista, que meció su cuna, en esta bellísima ciudad, cristalizó en el hermoso monumento que se levanta a la entrada de la ciudad, donde estuvieron las puertas de sus murallas, dando frente al mar. Casi toda esta plaza fue en un tiempo parte del mar. Parece comprobado que en tiempos antiguos, un canal o vaguada submarina discurría por donde hoy se halla la Puerta Monumental del muelle, la plaza de San Juan de Dios y la calle Alfonso el Sabio (junto a los muros de la ciudadela o villa medieval) y posiblemente continuaría por la plaza de la Catedral y la calle San Juan hasta llegar al punto conocido por Puerto Chico, junto a la muralla del Campo del Sur la comunicación entre el mar abierto y la Bahía, caso de haber existido debió tener lugar precisamente por el camino que se indica y no directamente desde la plaza de San Juan de Dios a través de la calle del mismo nombre.
En recuerdo a la vieja fábrica, se levantó un monumento a la cigarrera junto al edificio, en la Cuesta de las Calesas, próximo al convento de Santo Domingo. A los pies de la Cuesta de las Calesas, una medio gitana gaditana, chorreada en bronce, en su mesa de trabajo, perpetúa el inconfundible arte de liar un cigarro. No sabía si mirar hacia arriba, ¡ay, hacia arriba, Virgen del Rosario, en tu clausura de cal blanca, como la nieve, con el barrio y todo Cádiz postrado a tus plantas! O si mirar hacia abajo, hacia tu fábrica, donde ya las niñas no van con tirabuzones, donde ya no se entra a las seis porque no suena la sirena, donde las chimeneas ya no echan humo. Tu fábrica ya es un palacio para congregar a sabios y estudiosos y exponer obras de arte. Comenzaba la mañana, con una especie de toque de diana que iniciaba la sirena de la Fábrica de Tabacos a las ocho de la mañana, llamando al trabajo a sus guapas operarias y que era secundado por la de Panificadora Castro, Eureka, etc. También se sumaba a las sirenas los toques de campanas de las torres parroquiales, con sus hasta tres toques de llamada antes de cada misa y que continuaban hasta las doce de la mañana en que intervenían ya las de la Catedral con mayor autoridad, tanto en las solemnidades religiosas, como en las vísperas. Cigarreras, así se llaman las mozas, jóvenes en su mayoría, que trabajan, en gran número, en la fábrica de tabacos. La fábrica de Cádiz es mucho menos importante que la de Sevilla, que ocupa ella sola a muchos miles de mujeres. La cigarrera de Cádiz, tiene su personalidad y sus méritos particulares, si hemos de creer una hojita impresa en Carmona con el titulo de “Jocosa relación de las cigarreras de Cádiz”. A las cigarreras de nuestra Fábrica de Tabacos les habían uniformado. Están uniformadas con un gorro y un babi de crudillo y en el pecho del babi, una tirita con el nombre de cada una de ellas. La visita a la fábrica es un tanto “comprometida”, ya que el visitante es el blanco de las chanzas y chirigotas de aquellas mujeres castizas, flamencas y graciosas. Las cigarreras fumaban puros, pero solamente lo hacían en la fábrica, fuera de ella estaba muy mal visto. Unas mujeres fumando, ¡adonde iríamos a parar! No en balde, las cigarreras gaditanas gozaron, como sus hermanas del resto de Andalucía, la fama de licenciosas y ladinas. No menos bellas que viciosas, cigarreras de morenos muslos que la leyenda hacían artífices de aquellos falos marrones de punta ardiente y cálido humo. No saldrían hasta el anochecer. Entonces llenarían la Cuesta con sus figuras airosas, envueltas en los mejores mantones negros de la ciudad. –Ellas lo ganan muy bien, se sientan en una silla, se ponen a liar tabaco y la que tiene los dedos ligeros saca un dineral. Pero no tenga usted por vecina a una cigarrera. ¡Virgen del Carmen!, ¡Qué genio el de esas mujeres! A los hijos se los dejan a la vera, en sus cunas, mientras trabajan. Entre cigarro y cigarro le dan el pecho. Lo malo de las cigarreras es que acaban enviciándose con el tabaco. Trabajar en la fábrica de tabaco ha sido una tradición histórica más allá del folklore y de las anécdotas. La excelente calidad del “tabaco de picadura”, de esmerada elaboración totalmente gaditana y cuya fama llegó a la capital de España y que aún en los años cincuenta, tenía sus consumidores, como también los cuarterones de contrabando traídos de Gibraltar, del Cubanito, Cervantes, etc.
La antigua Fábrica de Tabacos que fue levantada, siguiendo la moda ecléctica, estaba realizada en ladrillo visto y las cubiertas de cerámica vidriada. Este edificio, había sido hasta entonces alhóndiga municipal. Contíguo a la muralla del norte. Contiene buenos y ventilados almacenes. En el primer piso, estaban los talleres de confección de cigarros y las instalaciones para su oreo. Había un comedor para el personal y seis cocinas. El piso superior albergaba los talleres de confección de cigarrillos. En la azotea ,estaba el cuarto del gran reloj de la fachada. Por falta de espacio, se crearon sótanos, galerías y túneles, profundizando hasta 3 metros debajo del antiguo suelo. En estas obras, se encontró una bala de cañón de piedra del siglo XVI. El salón de empaquetadoras de cigarrillos estaba en la planta baja. La primera fábrica de España, el primer taller de tizones. El material lo traía de La Habana la tropa marinera, y lo consumía en Cádiz en alborozo acriollado el pueblo llano. De boca en boca, el tizón corre, con acento más digno que a Baco, la delicia del rico tabaco que produce el habano vergel. La relación de Tabacalera, hoy Altadis, con la ciudad de Cádiz, se remonta a más de dos siglos y medio. Sin duda, fue la mejor fábrica tabacalera de su tiempo, en la que llegaron a trabajar más de 2000 cigarreras. Cádiz no se puede permitir el cierre, cuando estamos sufriendo la falta de trabajo en Astilleros y la regulación en la fábrica de vidrio de Jerez. Desde el inicio de la fabricación de las labores de tabaco en la calle Plocia hasta la actualidad, en las naves de la zona Franca, los problemas laborales han sido una constante. Se inauguró oficiosamente el Palacio de Congreso y Exposiciones, en la antigua fábrica, con la apertura del Congreso Andaluz de Fisioterapia.
MUY NOBLE, MUY LEAL Y MUY HERÓICA CIUDAD DE CÁDIZ. LA MÁS ANTIGUA DE OCCIDENTE. FUNDADA POR LOS FENICIOS EN EL SIGLO XII A. DE J. C. ALIADA DE ROMA DESDE EL 206 A. DE J. C. CRISTIANIZADA EN LOS DIAS DE LOS VARONES APOSTÓLICOS. GANADA A LOS MOROS POR DON ALFONSO EL SABIO. CABECERA DE LA RUTA DE INDIAS Y SEDE DE SU CONSULADO DESDE 1717. CUNA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA EN 1812. Se decidió solicitar del Ayuntamiento el levantar un monolito a la entrada de Cádiz que haga constar, que nuestra ciudad es la más antigua de Occidente. La Policía Local acudió a la plaza de San Juan de Dios, tras recibir una llamada que informaba de una reyerta junto al obelisco. Aunque no se localizó a la víctima, sí encontraron a los presuntos agresores que estaban en el interior de un taxi.
Dentro ya de la población, la alegría se apodera por completo del alma, los ojos se familiarizan con cuanto ven a su alcance y el visitante se siente reseguida como en casa propia, porque son tales la lealtad y la sencillez y la hidalguía de este pueblo, que hasta en la atmósfera parece que se respiran oleadas cariñosas de ese espíritu cortés, caballeresco y cultísimo. Pero esa mezcla de vidas, de costumbres y de tipos humanos que le sugieren a uno esas intrigas del teatro clásico, mientras pasea por los barrios típicos de la Viña o de Santa María, se manifiesta con mayor fuerza aún en la plaza de San Juan de Dios. Se considera el corazón de la ciudad. A dos pasos del puerto, esta plaza que conserva –presidida por el Ayuntamiento- la mejor estampa del Cádiz neoclásico, reúne toda la vida errabunda y marinera, ociosa y cosmopolita de la población. Hay que sentarse un momento en uno de sus cafés o de sus restaurantes. Allí está resumida toda la estética de la población: el mar que aparece a un lado y los barcos que se dibujan detrás de la cabeza de cigüeña de las grúas, los coches de caballos que pasan con un repiqueteo garboso de cascos en el suelo, las palmeras que se desmelenan o se peinan con el viento de levante… La plaza de San Juan de Dios es la tertulia de Cádiz, el rincón donde la ciudad, parece descubrirnos al sol sus sueños de siesta. Por allí, corren las anécdotas y las pequeñas historias- unas ciertas, otras inventadas –de la vida gaditana. Allí se dan cita los personajes más extravagantes y geniales de la población, esos tipos populares que pasan gustosamente por locos a cambio de contar con la fama de su ciudad: “Chispa eléctrica”, Carlos el legionario, o Ramoncito “El Matías Prats”, que se radia de memoria todos los partidos internacionales de fútbol, comenzando por la retransmisión de los himnos de cada país. Cádiz, como todas las regiones de vientos fuertes y brillantes, da a veces unos tipos originales y excéntricos que, según dice con buen humor la gente, tienen “el viento de levante metido en el seso”.
La plaza San Juan de Dios fue teatro de diversos y memorables sucesos históricos: allí motines y revueltas, pronunciamientos y algaradas políticas, sangrientas muchas de ellas. Algunas de tales alharacas, llegó a derribar un trono... También sirvió esta plaza, para celebrar en ella enconadas justas y concurridas corridas de toros en honor de los reyes que nos visitaban. La formación de la plaza tuvo origen por el acrecimiento de la población de la primitiva villa, formándose poco a poco los dos arrabales, el de Santa María y el de Santiago; Además, labráronse casas por el frente de la Puerta del Mar (Arco del Pópulo) y de la Casa Consistorial, sobre los terrenos que se fueron ganando al mar, pero dejando un ancho espacio entre las dos hileras de casas que en ambos lados formaba la prolongación de los arrabales, y así se formó la plaza, llamándose en un principio la “Corredera de las Águilas”. Y luego quedó reducido a “Corredera”. Se le llamaba “Plaza Real”, y después “Plaza de Armas”, volviendo a su nombre de “Plaza Real”. Se llamo después, de “San Juan de Dios” y de la “Misericordia”, y tenía una fuente de mármol con la estatua de Hércules. Ya en este tiempo, estaban construidas las murallas y por dos puertas se daba acceso a la plaza.
La plaza tenía numerosas fondas y tiendas de todo tipo, que completaban el mercado que en medio de ella estaba radicado. Como inmediata al muelle, era igualmente centro de contratación de marineros, lonja de cargadores y mandaderos, mercado del contrabando... en contraste, al otro lado de la plaza, el Ayuntamiento ponía una nota de orden y majestuosidad. Y en medio el mercado; gritos y pregones, vistosos trajes de majas y majos, algarabía. Esta plaza de San Juan de Dios era un mundo extraño, en el que se entremezclaban gentes de las más diversas condiciones y de los lugares más distantes. Miles de gaditanos se concentraron ayer en la plaza de San Juan de Dios para rendir un homenaje de adhesión y sincera gratitud al jefe del Estado. Una impresionante multitud no cesaba de gritar ¡Franco, Franco, Franco! y de aplaudir al Generalísimo, que vestía uniforme de capitán general de la Armada. En San Juan de Dios se podían leer pancartas, "Sólo con Franco Cádiz ha salido de la miseria", "Cádiz pide al Caudillo la reforma de Santa María" y "Caudillo, Cádiz te espera", entre otras. En uno de los pozos del alcantarillado abierto en la calle San Juan de Dios, se ha descubierto una galería o mina subterránea en perfecto estado de conservación y de cuya existencia se tenían noticias. Allí se ha encontrado un ánfora, que se cree romana, de barro y de medio metro de altura, muy poco deteriorada. La galería tiene unos sesenta metros de extensión y está labrada en algunos sitios.
El sol gaditano sobredoró las calles de la “Tacita de Plata”.
La iglesia de San Juan de Dios parece que fue el primer templo que existió en Cádiz después de la conquista; esta iglesia es pequeña y contiene algunas imágenes de mérito, hallándose situada contigua a las Casas Consistoriales. Existía una primitiva cárcel situada junto a las Casas Capitulares. Debido a su mala situación y escasa capacidad, se decide la construcción de una nueva. Por supuesto, era rarísimo escuchar el paso de algún automóvil, pues los siete taxis, que eran toda la “escudería” de la ciudad, no se movían casi nunca de la “fila india” que formaban en el centro de la Plaza de San Juan de Dios.
CASAS CONSISTORIALES DE LA MUI NOBLE M. LEAL Y M. HEROICA CIUDAD DE CÁDIZ. AÑO DE 1816. En las primeras actas capitulares, se consigna la necesidad de quitar un gran charco de orines en la misma entrada del edificio Ayuntamiento, que molestaba el tránsito de los capitulares. ¿Qué porvenir nos espera con ciudadanos como el que sacó a su perro y lo puso a cagar en la misma puerta principal del Ayuntamiento, la casa de todos nosotros? El mojón que allí quedó, además de delatar la desidia en la vigilancia del entorno, es el más claro ejemplo de cuánto quieren a Cádiz muchos de los que no paran de ensuciarse la boca con tanto mamar. El Ayuntamiento es la institución más cercana, para lo bueno y para lo malo. Su fachada principal, ofrece cada día un estado de abandono especialmente lamentable, sobre todo en el interior de la balconada central, donde los excrementos de las palomas que allí anidan, están deteriorando ventanas, columnas, muros y techos, sin que el Ayuntamiento adopte medidas para evitar esta degradación del patrimonio público, aunque se afirma que se procede a su limpieza cuando hay alguna visita de relevancia. La fachada consta de un pórtico, sobre el que se eleva un orden de pilastras jónicas que comprenden la altura del edificio, en cuyo centro hay un espacio cerrado, por un intercolumnio de tres huecos, terminando este cuerpo en un frontis triangular, y el todo del cornisamiento en una balaustrada que lo corona. Cuando los soldados del Conde de Essex saquearon esta ciudad, ya se encontraba levantado en el mismo lugar que ahora, aunque con muchas variantes, contiguas a la iglesia y hospital de San Juan de Dios. A MDCCLIII San Rafael Medicina Dei. El edificio, tal cual lo vemos, fue reformado completamente en el siglo anterior, demoliendo su antigua torre y construyendo en el centro la que se encuentra hoy, imitación de la anterior, ampliando las dependencias y haciendo otras reformas. Su hermosa fachada principal es la más notable que existe en la ciudad, en el centro se eleva la torre. La totalidad y conjunto del edificio presenta un aspecto agradable y todas sus partes se hallan en completa relación entre sí y con el todo siendo el interior del mismo bastante reducido, el Ayuntamiento, con objeto de ensancharlo, adquirió la finca contigua, academia que fue de guardias marinas y posteriormente posada. En la planta baja de las nuevas construcciones, se han establecido diversas oficinas y almacenes, y en la principal secretaria, archivo y otras dependencias y un soberbio salón para actos públicos, tomando más altura que la general de este piso, hallándose ornamentado con muy buen gusto. En sus salones y corredores, se ven distintas lápidas conmemorativas de ilustres gaditanos. La sala de sesiones es grande y capaz, tiene dos soberbias arañas de cristal fabricadas en Italia, con las inscripciones correspondientes. En las escaleras hay dos grandes cuadros, uno es recuerdo del maremoto, el otro representa a los dos patronos de la ciudad los mártires San Servando y San Germán. En las galerías, hay retratos grandes de los emperadores romanos Tiberio Cayo, Nerón, Galba, Vibello, Vespasiano y Domiciano, de los cuales alguno dijo que eran del Ticiano. En el centro del edificio, dando mayor armonía a la fachada, se levanta una elegante torre, imitación de la antigua, de tres cuerpos, uno cuadrado, que tiene a su frente en la parte baja dos esculturas hechas en Nápoles de los santos patronos Servando y Germán. Y otro octágono, que es donde está colocado el reloj, y el tercero un atrevidísimo cuerpo de columnas que sustentan una cúpula, de la que pende la campana de la ciudad, voz de ella en sus alegrías cual en sus duelos, en sus temores como en su ardimiento, ora suene pausado, ya presurosa. La inscripción que tiene la campana dice: “Creo en el misterio de la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Esta campana se hizo el año de 1614 y en el de 1703, tercero del reinado de las Españas del rey Don Felipe V de Borbón, y tercero del pontificado de nuestro santísimo Padre Clemente XI, y gobernando a Cádiz el Excmo. Sr. Duque de Brancaccio, siendo Obispo el Ilustrísimo Sr. D. Fr. Alonso de Talavera, y procurador mayor el Conde de la Marquina, me volvió a fundir esta ciudad y peso cuarenta y cuatro quintales. –Yo soy la voz del ángel que en alto suena-. Ave María, gracia plena. –Jacinto de San Juan Me fecit.” Yo cuando escucho los compases del Amor Brujo, en el carillón del Ayuntamiento, cierro los ojos y me parece ver una antigua mecedora moviéndose como un chinchorro sobre unas olas de esmeraldas enmarcadas por una orla de nacarada espuma. La representación del escudo heráldico, situado en el balcón principal del Ayuntamiento, parece ser la que más se acerca a la descripción de los autores árabes. La estatua iba vestida con una túnica hasta media pierna, con un cinturón, en posición caminante, el hombro derecho al descubierto y a esto añadimos la nota de Yaqut: Sobre el manto –posible piel de león- que le pasaba por debajo de la axila derecha y se sujeta con la mano izquierda llegándole hasta media pierna.
Casas señoriales a la izquierda, soportales a la derecha, como los que aún conserva el edificio municipal y la alhóndiga; al frente la casa capitular, la cárcel, la casita del verdugo y la capilla del Pópulo.
Cuando los ingleses saquearon la ciudad, la plaza estaba formada por tres lados, teniendo al fondo la playa, o sea lo que hoy es muelle. Cerca de la playa, una gran cruz de piedra, que aún se conserva en el museo arqueológico. Indudablemente, la preocupación que Carlos I sintió por la fortificación de Cádiz fue notoria; no obstante, Felipe II encontró en la ciudad tan sólo las embrionarias fortalezas de la Puerta del Muro y los baluartes de Benavides, San Felipe y las torres de Guardia entre la caleta de Santa Catalina y Puerto Chico, que era todavía el puerto de la villa vieja. La Puerta del Muro –después Puerta de Tierra- no era más que un frente constituido por un fuerte muro almenado o muralla real con una gran puerta. El baluarte de Benavides estuvo al lado norte de la playa de la bahía, al pie de la Puerta del Muro y cerca de ella, y fue protagonista del ataque de Essex, como también lo sería el baluarte de San Felipe, anterior al castillo del mismo nombre, que se encontraba en la punta nordeste de la ciudad. Las Torres de Guardia procedían de la época de Alfonso X, pero con el Puerto Chico sufrieron transformaciones. Puntales o San Lorenzo del Puntal empezó por ser un simple torreón fortificado allá, cuando al duque de Medinaceli se le dio por el Rey la orden de construir una torre cerca de El Puerto de Santa María que jugara con la de Cádiz y se la dotara de gente, artillería y municiones que se estimaran precisas. Esta torre se llamaría de Matagorda, y con la del Puntal o Puntales constituían los “puntales” de la Bahía. Ciudad con una sola puerta, un istmo: ciudad difícil de tomar. Pero el mar es su otra muralla y si alguien lo domina su caída es inevitable. La historia nos dice, que Cádiz hasta las guerras napoleónicas, ha sido atacado por mar y esto se explica fácilmente porque los obstáculos materiales que el terreno ofrece a una sorpresa por parte del estrecho istmo de tierra que la une al resto de la península, forman una barrera que basta por sí sola para prevenir cualquier ataque de dicho género.
Hubo voluntad de vencer y se venció. Esta voluntad de vencer, tenía el afán de pillaje y el objeto de entorpecer y anular el prestigio en la mar de la Armada española. Intentando sorprender la plaza de revés, aparecieron frente a la desembocadura del caño de Sancti Petri, que no decidieron atacar, huyendo, sin duda, de los escollos de la costa, y llamaron la atención con el hostigamiento que hicieron sobre la almadraba de Torregorda, cuya resonancia se hacía sentir en la propia Bahía y arsenales. Esta primera acción de la escuadra enemiga despistó al capitán general, duque de Medina Sidonia, que pensó en la defensa del puente Suazo y por ello desatendió la de Cádiz; sin embargo, el tanteo de desembarco que hizo el enemigo en la caleta de Santa Catalina, congregó los esfuerzos en la defensa de la plaza y fue desaprovechado el momento por el de Medina Sidonia para acercar sus reservas rápidamente a la ciudad, no creyendo todavía que el esfuerzo principal del enemigo se iba a llevar a cabo como en el de Drake, dentro de la Bahía y con el principal objetivo de los barcos. Cádiz era la ciudad femenina y codiciada, la perla de los mares, el arca amorosa donde se recibían las monedas de oro que de occidente venían a llenar las arcas del Rey y que luego servirían para pagar las lanzas de los soldados que vencían a los holandeses de Nassau en Breda y Fleurus. Se advierte en los primeros albores de la mañana, la presencia ante Cádiz de una poderosa escuadra, con más de 15.000 hombres de infantería, bien instruidos y armados, como tropas de desembarco. En la orden de operaciones de esta poderosa flota, figuraba la misión de dar vista a las costas de España para hacer todo el daño posible en sus puertos, quemando y apoderándose de cuantas naves, galeras y galeones encontrasen en ellos, para que “falto el rey de navíos no pudiese juntar otra armada análoga a la “Invencible”, y principalmente apoderarse de la flota que en la Bahía de Cádiz se hallaba aprestada y a punto de partir para las Indias de Nueva España, cargada de grandes riquezas y mercancías de toda suerte”. Aparece la flota anglo-holandesa a la vista de Cádiz, donde se encontraba preparada para hacerse a la mar una flota hacia Indias compuesta de 36 naves. Mientras que la sorpresa se lograba al obligar a combatir a los gaditanos y españoles en unas condiciones de inferioridad manifiesta, pues los ingleses conocían perfectamente el estado de indefensión de la plaza y el que las flotas acababan de rendir crucero, hallándose por ello faltas y desprovistas de medios eficaces. Sabían los ingleses- que siempre tuvieron magnífica información de Cádiz, a través de los muchos extranjeros que aquí vivían- que se esperaba una importante flota de galeones procedente de América, y pensaron repetir el juego en su propio provecho y daño de la monarquía de Felipe IV. Si no hubiéramos llegado en el momento que lo hicimos (algo que por mi parte no atribuyo a la casualidad, sino a alguna información de índole secreta, pues no se escatimaba dinero ni trabajo en materias de espionaje) no habríamos encontrado allí a ninguno. Ciento setenta y siete naves inglesas venían, como una oscura nube de odio, hacia la costa del sur. Inglaterra al mando del Conde de Essex, enviado por Isabel de Inglaterra para represaliar la desafortunada acción de la llamada escuadra invencible, preparó una expedición compuesta por 170 naves inglesas y 20 holandesas, y que después de un intento de desembarco en Lisboa, llegó a Cádiz. Se realiza un primer intento de desembarco en la Caleta, pero las dificultades naturales del lugar hacen que se desista. Las olas en ese momento eran majestuosamente altas y el viento muy fuerte. Aún así, decidieron desembarcar con celeridad algunas compañías. No sólo no lo consiguieron sino que en el empeño se hundió una de las barcazas, llena de un buen puñado de soldados. Se vieron obligados a posponer el desembarco hasta mejor ocasión. La tropa española que en un primer momento había salido a la defensa, se repliega hacia el interior de la Bahía, movimiento que aprovecha el enemigo para seguirla e introducirse en la misma. Al atardecer, hubo mutuos envíos de saludos cariñosos y cordiales en forma de disparos de piezas grandes. No hubo que yo sepa, daños, o si los hubo, fueron de mínima importancia. Todo el ejército montó una cuidadosa guardia durante la noche, por la mañana, con viento y tiempo más favorables y moderados, nuestros barcos, en nombre del Todopoderoso y en defensa del honor de Inglaterra, sin más dilación, a toda vela, con coraje y presteza, atacaron a los barcos españoles. Éstos habían empezado a navegar en dirección a puente de Suazo, y en total llegaban al número de 59, además de las 19 ó 20 galeras de acompañamiento, que iban distribuidas de tal manera, y se encontraban a tal distancia de nosotros, que podían causarnos daños y relevarse entre sí, teniendo, como tenían, el castillo, las fortalezas y la ciudad para ayudarles continuamente y dispuestos a disparar contra nosotros y los nuestros. El enemigo tenía extraordinaria ventaja sobre nosotros porque, aunque dicha bahía es muy grande y bellísima, sin embargo, tiene muchas rocas, promontorios y masas de arena a poca profundidad. Para los barcos grandes, el canal de navegación no supera las dos o tres millas, y en muchos casos, ni eso; así ocurre muchas veces, que embarrancan o chocan unos contra otros. Los barcos de Londres, abrirían el baile y lanzarían el primer ataque en compañía de algunos barcos de bastante tonelaje del escuadrón holandés. La lucha fue terrible y a ojos del observador, horrible por las continuas descargas de las grandes y atronadoras piezas de artillería de ambas partes. Cuando las galeras vieron nuestra gran victoria, se dieron a la fuga a toda velocidad en dirección al puente que llaman puente de Suazo. Allí se guarecieron, de tal forma que a nuestros barcos les resultó imposible el acercarse por la falta de calado. Siendo inútil la resistencia que les opusieron los vec. de algunas pobl. inmediatas que acudieron al socorro de esta c.. D. Juan Portocarrero, general de las galeras españolas, falto de municiones y conociendo que nada podía hacer ni en su defensa, ni en la de Cádiz, se retiró con 14 de sus galeras y con gran dificultad y peligro tomó la vía de Rota y de Sanlúcar de Barrameda. Se desembarcó 3000 mosqueteros e infantes. John Donne, gran poeta romántico inglés y acompañante por la fecha del depredador Essex. La mitad de los mismos fue enviada al puente de Suazo. La otra mitad, alrededor de los mil quinientos, se dirigió a pie y muy rápidamente hacia la ciudad de Cádiz. Lo hicieron a una hora del día muy calurosa, y sobre una gruesa capa de arena suelta, muy irregular, además; la marcha resultó penosa y cansada en extremo. El enemigo, compuesto por un buen número de hombres a pie y caballo, se mantuvo, a buena distancia y en las afueras de la ciudad, preparado para darnos la bienvenida y entablar batalla. Sin embargo, nos lanzamos sobre ellos con tal coraje y celeridad que al cabo de una hora, o menos, la caballería enemiga fue puesta en fuga. Su jefe fue abatido en el primer choque. Fue tal la invencible resolución de los ingleses y su maravillosa maestría que, en media hora o así, rechazaron al enemigo y ocuparon por entero la ciudad. Según informes fidedignos, había en la ciudad, a nuestra llegada, cuatro mil infantes o más, bien adiestrados para la lucha, y unos seiscientos de a caballo. Ni que decir tiene que tenían provisión abundante de todas las cosas que les eran necesarias, no en vano había cantidad de barcos en la bahía, y que estaban sobrados de municiones y pólvora. No se si eran o no sabedores de nuestra llegada. Ellos mismos dicen que no, que sólo supieron algo por una carabela que llegó por la tarde el viernes anterior a nuestra llegada. Me atrevo a afirmar abiertamente que, sabiéndolo o no, los ingleses, con la mitad de provisiones de las que allí había, se habrían defendido, durante por lo menos dos meses, de cualquier ataque proveniente de cualquier ejército de la cristiandad. Dios, sin embargo, es muy poderoso y secretamente jugó un papel maravilloso, sobre todo en lo relativo a la ocasión y a la envergadura del ataque. No sé si se hundieron moralmente con nuestra victoria en el mar, si se sintieron apabullados por el empuje inglés, que fue más fuerte de lo acostumbrado y no disminuyó ante una lluvia de tiros de pequeño y gran calibre, o si sintieron remordimientos por sus deshonrosas y maléficas acciones en contra de su Sagrada Majestad y el reino (asuntos que pueden debilitar el valor cuando se tiene una conciencia culpable). No sé qué fue lo que pasó. Lo cierto es que, para su eterna vergüenza y deshonra, nunca hubo asunto ganado tan resueltamente por parte de los valerosos ingleses y perdido tan vergonzosamente por parte de los fanfarrones españoles.
Después de ocupar las murallas y haber izado sobre ellas la enseña inglesa, se desplegaron a toda velocidad por la ciudad, abriéndose camino como pudieron, porque se luchaba en cada esquina, a tiros y golpes de espada. Avanzaron hasta la plaza del mercado donde encontraron una fortísima oposición. Y así, antes de las ocho de la noche, eran dueños de la ciudad y de todo. Sólo el castillo se defendía; de vez en cuando, y como podía, molestaba con las siete piezas de artillería. Fueron escalados los muros de Cádiz por las tropas inglesas, sus puertas forzadas, sus casas saqueadas, sus templos incendiados y pasados a cuchillo muchos de sus hijos; A esta hora empezó a anochecer y los del castillo obtuvieron una especie de tregua. De no rendirse al día siguiente por la mañana, no recibirían trato de favor y serían pasados por las armas. Después de recibir el mensaje, deliberaron durante toda la noche. La capitulación de Cádiz no se hizo tardar. No había organización alguna, nadie sabía a quién acudir. No había quien mandase en ninguna parte. No eran gente de guerra, sino de paz. Andaba tan atontado y medroso el corregidor conduciendo cajoncillos y ropa y poniendo en cobro a su mujer y casa, que no estaba en sí ni parecía y así había una gran confusión porque no quedó negro, mulato, ni pastor, ni mujer, que no daba voces: hágase esto, hágase esto otro, y todos querían mandar y no hubo hombre de Cádiz que entendiese en cosa de defensa. A la mañana siguiente, antes de la salida del sol, izaron la bandera de tregua y sin más, se rindieron sin condiciones, entregando, por tanto, el castillo.
Se publicó una proclama, en la que se ordenaba que, pasado ya el combate, todos los hombres se abstuvieran de cometer actos crueles y sanguinarios. Se prohibía, bajo pena de muerte, maltratar a un hombre, mujer o niño, aunque se permitió a los soldados rasos saquear la ciudad durante unos días. Este edicto, honorable y caritativo, fue cumplido escrupulosa y religiosamente, estoy seguro, por los ingleses. En cuanto a los holandeses, no me atrevo ni a negarlo, porque observo que entre ellos y los españoles hay un gran odio. La Cádiz limpia y blanca, alegre y despreocupada, va a volverse materia de llanto y saqueo. Se continuó en todas partes el saco con tanta inhumanidad, y braveza, que parecía haberse conjurado contra la infeliz Cádiz todo el infierno junto. Robaban las casas de cuanto había en ellas, y luego lo conducían a las naves. Estos embarcaron campanas, rejas, puertas y todo genero de metal, y pegaron fuego a las casas de esta pobl.. Derribaban paredes, techos, y zaquizamíes, donde sospechaban haber escondido algo. Hicieron ingenios para agotar los pozos, sacando de ellos mucha plata, y oro. No perdonó su furia, y ambición los lugares inmundos, secretas, y piscinas. Desenterraban los cadáveres, y entre aquella hediondez buscaban el logro de su deseo. Apremiaban a los hombres, y mujeres, a que declarasen dónde habían ocultado el dinero, haciéndoles extorsiones crueles, ya poniéndoles la espada a la garganta, ya echándoles cordeles al cuello, y ya poniendo en ellos, las manos con tanta impiedad, e ignominia, que ignora la voz términos para explicarlos. Tres galeras de moros de Larrache, Tetuán y otros puertos berberiscos, pidieron al general inglés que si no trataba de sustentar a Cádiz por Inglaterra, la dejase en su poder: El consejo de guerra de los ingleses negó a los berberiscos su pretensión. Celebraron los ingleses la toma de Cádiz con grandes regocijos y fiestas. Entretanto, el Duque de Medina-Sidonia juntaba gente para impedir desembarcasen más ingleses. No puedo informar a quien lo pregunte sobre la riqueza de la ciudad, porque, en lo que a mí respecta, tuve poca suerte y no traje de vuelta ni un penique o posesiones por valor de un penique. Sin embargo, mi mala suerte no hace a la ciudad más pobre. A juzgar por el pillaje realizado por los soldados rasos, y algunos de los marineros, por los buenos enseres que, por no poder ser transportados, fueron destrozados por los más ignorantes, con lo cual perdieron todo su valor, y por la cantidad de vino, aceite, almendras, aceitunas, uvas, pasas, especias y otras mercancías que, por la avaricia y el desorden de algunos, quedaron desparramadas por las calles para ser pisadas, parece que era una ciudad de propietarios ricos. Los que tomamos posesión de ella, sin embargo, no sacamos mucho provecho, ya que muchas cosas se perdieron por la incontinencia y las disputas. Un desorden, en mi opinión, que todos debemos lamentar. El poner fin con buenos medios a este tipo de cosas sería considerado por muchos como algo ciertamente loable. Respetaron las vidas de todos y cada uno de los apresados, además, pusieron buen cuidado en que los religiosos y religiosas fueran tratados correctamente. Llevaron a estos últimos, para mayor seguridad suya, sin que fueran molestados y sin pedir rescate, al Puerto de Santa María, una ciudad tan bella como Cádiz, aunque en aquel momento, todos sabíamos que carecía de riquezas. Dejo al juicio y a la información que otras personas posean el valorar la gran riqueza y abundancia que encontramos en dichos barcos. Ordenaron que llevaran en barca a dicha ciudad a unas cien mujeres nobles de avanzada edad y algunas esposas de mercaderes. Llevaban puestos, con gran sufrimiento por su parte, dos y hasta tres vestidos, además de una buena cantidad de joyas, cadenas y ornamentos, según correspondía a su rango y condición. Echa por tierra esa opinión falsa, que se ha esparcido por el extranjero y ha ganado terreno sobre todo en España, de que los ingleses atacamos su país más por el oro, las perlas y las riquezas que por motivos que nosotros consideramos justos. Al cabo de algún tiempo, pudieron rescatarse con grandes dificultades, los caballeros y personas que se llevaron en rehenes los ingleses, quienes ganaron en esta empresa, según David Hume, veinte millones de ducados. Le dieron la libertad sin pedir rescate y le hicieron entender que no habían venido a tratar con hombres de iglesia, con personas indefensas o con hombres de paz, niños o disminuidos. También le explicaron, que no habían hecho el viaje en busca de oro, plata u otros bienes o riquezas, sino para tratar, por las muchas injusticias y practicas deshonrosas que habían sufrido, con hombres de guerra y de valor y así defender el verdadero honor de Inglaterra que el fin perseguido, por tanto, era demostrar que, si seguían los hechos deshonrosos y las intrigas en contra de la Reina, su señora, esta sería vengada con todas las consecuencias. El día siguiente mandaron incendiar la ciudad de Cádiz, destruirla y desfigurarla tanto como fuera posible; sólo la Catedral y las casas de religiosos quedaron intactas. Además de la ciudad, el fuego consumió todos los pertrechos de navegación y otras cosas de provecho para el Rey que no podíamos llevar con nosotros o que no nos hacían falta. La ocupación de la ciudad duró lo que el inglés quiso prolongarla. Sobre la llamada ayer Puerta del Mar, estaba el lienzo de la Virgen de la Antigua o del Pópulo. La pintura de la Virgen sufre el vandálico acto de ser fusilada. Los gaditanos, devotos de la imagen, van y le colocan en cada tiro una estrella de plata, y así siguen venerándola. Más de ciento cincuenta gaditanas se van por su cuenta y gusto con los ingleses al zarpar la flota asaltante, imponiéndose como causas, el descontento con sus maridos y con la religión cristiana.
Estaba Cádiz en tal manera, cuando en ella entro Don Sancho de Leiva, que era horror verla y lástima tan grande que no hubiera corazón que no se enterneciera viéndola tan desfigurada y tan otra de lo que era; las calles llenas de caballos, perros y hombres muertos, ya corrompidos, de quien resultaba un olor pestilencial e intolerable, las calles llenas de estiércol y otras mil inmundicias; las más y mejores casas quemadas y caídas por el suelo, y las que estaban en pie era temeridad entrar en ella, rotas paredes, abiertos grandes hoyos, los patios llenos de inmundicias y de tanta suciedad y corrupción había resultado una plaga de moscas tantas y tan espesas, que no se podía andar por las calles ni estar en las casas, cosa jamás oída ni vista otra semejante después de las plagas de Egipto. Zarpó la armada de la Bahía y al momento ordenó el Duque de Medina Sidonia a D. Antonio Osorio, que con 600 infantes entrase en la c.: Halló en ella 290 casas quemadas, con la Cated., compañía de Jesús, monast. de monjas de Santa María, hospital de la Misericordia y Candelaria. Al poco tiempo, entró también dicho Duque en Cádiz, con gran número de tropas, para guarnecerla y repararla. La acción de conjunto de los elementos empleados por los ingleses, ponía en ejecución un plan, cuyo objetivo esencial, no era otro que el de adueñarse de una ciudad tan estratégicamente situada a los ojos de un Rey poderoso y temido, haciendo a España la afrenta de apoderarse, a su vez, del más importante puerto de la costa, desarticulando de paso, su notable comercio con América. Toma y saquea Cádiz, destruyendo irrecuperables vestigios que harían diáfana su historia más confusa. La ciudad fue incendiada y saqueada en tal forma, que se hizo célebre este desastre y ocasionó a la ciudad un atraso y decadencia enormes, tardando en reponerse algunos años. Se trató de un auténtico expolio, contrario a las normas del derecho de gentes y a los más elementales principios de convivencia y coexistencia entre pueblos civilizados. Este saqueo y ruina que sufrió Cádiz, obliga a la corona de Castilla, a gastar grandes sumas de dinero en su reparo y fortificación para salvarla de semejantes peligros. Queda en ruinas un tercio de la población, endeudados sus recursos, desaparecidos sus archivos, su riqueza y su comercio: medio siglo largo tardará la ciudad en recuperarse de la depredación británica. Cádiz ocupada en su reconstrucción y en tener mejor provistas sus baterías y murallas. Se destaca el esfuerzo de una población por reconstruir su ciudad y devolverle el esplendor pasado. En las tareas de reconstrucción, la utilización de una abundante mano de obra esclava fue decisiva. Desde su restauración hasta la ruina, que padeció del inglés, en que quedando totalmente por el suelo, cadáver de lo que fue, se volvió a restituir a su antiguo estado en la misma forma que tenía, y tan mejorada en edificios, que se le ha aumentado otro nuevo barrio, un leve avance de la ciudad hacia el pozo de la Jara o pozo de agua dulce hoy Plaza de S. Antonio, a través del arrabal de Santiago en lo que se consideraba la zona más segura y protegida de Cádiz. La ciudad quedó amurallada ante los frecuentes ataques del inglés en los tiempos más difíciles del imperio español.
La plaza recuperó pronto su prestigio en el mundo de la navegación y finanzas con ultramar, aleccionada para no verse de nuevo hollada por enemigos que reiteradamente lo pretendieron y entre ellos, osadamente sin éxito, el propio hijo de Essex. Las pesadillas anteriores habían pasado. Envió el Rey de Inglaterra una armada, a cargo de los generales Sir Eduardo Cecil y Guillermo de Nassau, en orden de quemar la armada surta en la bahía de Cádiz, de tomar esta c. de grado o por fuerza y saquearla: los resultados en esta jornada fueron fatales para los ingleses, quienes perdieron lo más florido de la gente de guerra, viéndose obligados a huir, a causa de la heroica defensa, tanto de la c. de Cádiz como de la armada que estaba sobre las aguas de su Bahía. Esta vez, los invasores no contaban con un arma imprevista: el vino andaluz. En el saqueo de las casas limítrofes, encontraron hermosas bodegas que causaron estragos en la estabilidad de los combatientes. De la multitudinaria borrachera, se siguió una fuerte indisciplina, pues los ingleses, esta vez, preferían dormir su embriaguez, que asaltar las altas y bien defendidas torres de Puerta de Tierra, llegando incluso, a asaltar su propio cuartel general y la residencia del general en jefe.
Ahí está la morena y le acompaña su madre, esa mujer tan pesada. ¡Oju¡ ¿Qué hace esa muchacha que ha mirado hacia nosotros y nos ha visto? Hum, la morenita. Tan fija su mirada, tan atenta. Yo, sin querer, he buscado con la vista esos modelos de hoy que ocultan la melenita y los ojos, bajo la paja sutil y fresca. Creí soñar, le miré mejor, y hasta que no me llamó saludándome, no me atreví a hablarle, temiendo padecer una equivocación. ¡Caramba! ¿En qué piensa esta muchacha? ¡Qué linda moza! Morena; viva ese cuerpo con gracia. Recuerdo placenteramente las andanzas, mejor diría, bienandanzas vividas en mi juventud y cuando sintiendo la llamada de Cupido, senté plaza voluntariamente en su “bandera” y me propuse seguidamente tomar partida en la antiquísima y dulce contienda del amor.animaos a comprar el libro....

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